Niños, a dormir: dibujos animados no es sinónimo de cine para menores. A veces, la animación sirve para mostrar lo que la realidad evita: cuerpos calcinados por catástrofes nucleares, vampiros tan crueles que no existen actores para encarnarlos y mujeres tan voluptuosas que sólo pueden salir del lápiz de un dibujante perverso.
Poco a poco, la animación adulta gana terreno. Acaba de estrenarse Vals con Bashir, el primer documental de animación. Hace un año y medio fascinó Persépolis, adaptación de la novela gráfica de Marjane Satrapi, y durante los últimos años llegaron las europeas Bienvenidos a Belleville y Azur y Asmar, o el díptico estadounidense, de Linklater, Waking Life y A Scanner Darkly. Es difícil encontrar los orígenes de este género, aunque resulta ineludible hablar de Ralph Bakshi como uno de sus precursores. Bakshi rompió moldes en 1972 con Fritz, el Gato, salto a la pantalla del escandaloso cómic de Robert Crumb. Bakshi mezclaba sexo, drogas y rock'n roll en esta fantasía animal, sembrando el pavor en el plácido reino del ratón Mickey.
Antes que de Otomo, se hablaba ya de Hayao Miyazaki y el estudio Ghibli. De la imaginación de Miyazaki han surgido obras como Porco Rosso, La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro; además, creadas en el mismo estudio, están Mis vecinos los Yamada (costumbrismo a la japonesa) o La tumba de las luciérnagas.
1 comentarios:
Poner el mismo saco Tezuka, Miyazaki, Otomo o los demás dibujantes japoneses, junto a los animadores occidentales, es mucho mezclar. Pero es verdad que la gente tiene en su subconsciente el relacionar animación - niños, dibus - Disney, pero es como querer ver el mundo a través de una cerradura. Si teneis oportunidad no dejeis de ver alguna peli de Studio Ghibli.
Publicar un comentario